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La voz en el desierto |
Versículo: Mateo 3:1-4
Juan el Bautista aparece en el desierto proclamando un mensaje claro: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se acerca.” Su vida austera —ropa de pelo de camello, dieta simple de langostas y miel silvestre— refleja la coherencia entre mensaje y estilo. El desierto no era solo ubicación geográfica, sino escuela espiritual: allí se formó su voz y su carácter.
El contexto histórico también importa. El pueblo esperaba señales políticas y reyes humanos; en cambio, Juan anuncia transformación interior. Su apelación al arrepentimiento no es miedo moralista, sino llamada a volver al centro: a Dios. Bautizaba en el Jordán como símbolo público de ese giro interior hacia la fidelidad.
Su apariencia y costumbres daban testimonio de una vida consagrada. Hoy, en un mundo de alta visibilidad, Juan nos incomoda: su convicción plantea la pregunta de si nuestras vidas respaldan lo que decimos creer. El desierto de Juan nos sugiere que a veces es necesario salir del ruido para escuchar la voz que nos envía.
Además, su mensaje simple y repetido demuestra que la claridad vence a la complejidad: no necesitó teología complicada para señalar la urgencia del arrepentimiento. Su método fue directo y su autoridad, reconocida por multitudes que acudían a escucharlo.
Aprendizaje
A veces hay que entrar al “desierto” —alejarse del bullicio— para recuperar la voz auténtica. La coherencia entre lo que predicamos y cómo vivimos potencia nuestro testimonio. El desierto de Juan no era castigo, sino preparación.
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